En el cambiante y dinámico movimiento de la vida, surgen nuevas situaciones y circunstancias en las que se debe decidir cuál es el curso de acción más adecuado; sin embargo, al tomar estas decisiones, tenemos que confrontar un dilema constante: qué es lo más adecuado para cada individuo bajo circunstancias diferentes. Este es un asunto complicado, no solamente porque personas diferentes pertenecen a culturas distintas y en diversos momentos de la historia tienen ideas disímiles sobre lo correcto y los incorrecto, sino que además, los individuos, en circunstancias similares, actúan sobre la base de diferentes grupos de valores. La ética del Yoga, ayuda a superar esos dilemas y provee una estructura viable para la armonía mental y la expansión de la conciencia.
Para tomar cualquier decisión sobre lo correcto y lo errado se requiere de la aplicación de ciertos valores u objetivos. Los valores que aplicamos pueden ser egocéntricos o altruistas; pueden ser nuestros o adoptados, pero a pesar de su fuente o de su naturaleza aparente, no podemos evitar su efecto consciente o inconsciente sobre la manera en que conducimos nuestras vidas.
Si analizamos realmente nuestras acciones podemos comprender hasta qué punto los valores personales y sociales la influencian constantemente. Con frecuencia ignoramos el papel que juegan nuestros valores porque son dados por hecho en nuestro estilo de vida cotidiana y cultural. Los valores afectan la manera en que nos relacionamos con parientes, amigos y vecinos; determinan la manera en que nos relacionamos con el ambiente físico, e incluso influyen sobre lo que comemos y bebemos.
Tan omnipresentes son los valores, que aquellos quienes tratan de abandonarlos se encuentran adoptando nuevos valores para poder rechazar sus valores anteriores. La persona que intenta escapar al dilema de lo correcto y lo incorrecto negando completamente la actuación, no encuentra consuelo, porque el no actuar es también una suerte de acción y consecuentemente, entra en el campo de la moralidad. Así mismo, aquellos que parecieran carecer completamente de principios al colocar sus propios placeres e intereses al pináculo de lo que es correcto y bueno, están también operando dentro de un sistema de valores, aunque perverso.
Sin embargo, sabemos que todos estos diversos, y con frecuencia diametralmente opuestos sistemas de valores, no pueden ser válidos, aún sobre una evaluación superficial de relaciones sociales, pues vemos que hay hechos correctos e incorrectos que por naturaleza son aplicados a todas las personas.
Interacción
Como comunidad que somos sabemos que lo que afecta a una persona, afecta a la otra, y que las personas no pueden vivir aisladas, es decir, por sí mismas. Durante las últimas décadas en occidente ha surgido una conciencia general sobre la naturaleza integral de la vida y del universo. Todas las cosas, hasta la más pequeña partícula atómica, actúan unas con otras de manera asombrosamente compleja. Los físicos nos dicen que si una partícula cambia su curso, la reacción en cadena que se crea cambia las posibilidades de todas las demás cosas. En una escala mayor y más significativa, por lo menos para nosotros como seres sociales, cada ser humano cambia el destino potencial de los demás seres humanos, y somos responsables unos con otros por nuestras acciones.
En un nivel personal y menos aparente, la manera automática en que conducimos nuestras vidas afecta nuestro propio crecimiento. En cada uno de nosotros existen aspectos positivos y negativos, y lo que hacemos determina cuál de estos aspectos predominará y cómo evolucionaremos. Para el aspirante espiritual, la dirección que toma él o ella es de algún modo más crucial, puesto que la práctica espiritual se basa en la armonía mental. La meditación, que es la clave de la práctica espiritual, requiere de una base fuerte para ser efectiva. El equilibrio mental es una pre condición a la meditación, porque sin este balance, la mente se verá desesperadamente desorganizada, y la concentración y la meditación serán una imposibilidad.
Por un deber hacia sí mismos y hacia los demás, los seres humanos se encuentran colocados en la difícil posición de tener que utilizar el cerebro con el cual nacieron, y discriminar verdaderamente entre lo correcto y lo incorrecto. La ineludibilidad de juicio moral hace de un sistema de valores viable y benevolente, una necesidad. Pero, a pesar de su carácter ineludible, la moralidad es cada vez más un concepto impopular. Aunque sabemos que la manera en que conducimos nuestras afecta nuestro bienestar y el de los demás, nos hemos preocupado únicamente por la validez de nuestro juicio.
La naturaleza subjetiva de la moralidad nos hace pensar si nuestros principios se encuentran bien formados y son justos. Lo correcto y lo incorrecto muchas veces parece arbitrario y relativo a aquellos quienes hacen los juicios, lo que es comida para uno es veneno para otro.
La manera en que los complejos psíquicos personales influencian nuestros juicios y valores es también de tener en consideración. Los juicios acerca de nosotros mismos y de los demás pueden resultar deformados por la personalidad.
Lo que complica los peligros de una subjetividad defectuosa es la pseudo–moralidad que se encuentra en la mayoría de las culturas y grupos sociales. La pseudo–moralidad viene dada en forma de mandatos autoritarios del bien y del mal; son discriminadamente rígidos y tienden a reflejar los sentimientos explotadores de una determinada clase dominante de personas.
Al reconocer la decisión moral como un imperativo de la vida humana, el Yoga trata de superar estos obstáculos a través de un enfoque ético que reúne principios universales y relativos.
Mantener un equilibrio
Según el Tantra, el significado de la moralidad se halla en la necesidad de mantener un equilibrio entre las características inherentemente contradictorias y opuestas de la mente humana. El Tantra indica dos aspectos fundamentales de la mente del ser humano. Por una parte existe un egocentrismo profundamente arraigado; nuestra identificación con nuestro ser físico y mental, incluyendo los aspectos primitivos e instintivos de la mente. Por la otra, existe un reflejo poderoso de Conciencia en el aspecto sutil y más evolucionado de la mente, que se manifiesta con una sed por el conocimiento espiritual; una sed que no puede ser satisfecha por las esferas físicas y mentales del placer.
El enfrentamiento de estas dos características hacen de la moralidad un imperativo; primero, porque los seres humanos tratan erróneamente de satisfacer sus anhelos espirituales ilimitados con medios físicos y mentales limitados; y segundo, porque nos sentimos fuera de armonía con nuestra propia naturaleza cuando hacemos cosas que se oponen al flujo natural o evolutivo de la Conciencia.
La moralidad media entre nuestra potencialmente contradictorias tendencias mentales, no ignorando un aspecto por el otro, sino regulando la conducta a fin de garantizar una armonía mental y social, y a su vez, proporcionando un ambiente conducente a la evolución personal y social.
En otras palabras, la moralidad trata de prevenir que los aspectos egocéntricos y más burdos dominen los aspectos sutiles y magnánimos. Utilizada apropiadamente, la mente instintiva apoya la existencia y la evolución de la conciencia. Por ejemplo, el cuerpo físico requiere de instintos tales como el hambre y el sueño para satisfacerse pero si se convierte en un punto focal la actividad de saciar los instintos, se obtiene por resultado la degeneración de la mente. La constante asociación de la mente con los instintos obstaculiza el desarrollo de las regiones más sutiles de aquella.
Similarmente el ego, desde las etapas primordiales de desarrollo hasta el punto de atracción espiritual, apoya la evolución humana. El ego controlado adecuadamente motiva hacia aspiraciones mayores, pero si se le permite descontrolarse, por ejemplo, en la búsqueda de poder sobre los demás, el ego acentúa los sentimientos de separación que dificultan el crecimiento espiritual.
En una forma positiva, la moralidad trata de proporcionar un ambiente personal y social facilitando el máximo crecimiento de cada individuo.
Así, las acciones morales son aquellas que mantienen una expansión y armonía mentales, mientras que las acciones inmorales son aquellas que producen tensión, estrechez mental y contracción. En el campo social, la moralidad incluye aquellas acciones que promueven armonía social y cooperación, mientras que la inmoralidad precipita la explotación y la desconfianza que destruyen la trama social e impiden el progreso humano.
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