Si investigáis en las muchas religiones del mundo, encontraréis que, en la mayoría de ellas, hay un estimulante ante cada adorador, que lo induce o incita a hacer el bien: a hacer el bien para ganar el cielo, a evitar el mal para librarse del otro reino. Encontraréis que, en todo hogar, la madre dice al niño que debe ser bueno a fin- siempre “a fin”- de adquirir algo. Si él es malo, será castigado; pero si es bueno, sus acciones serán recompensadas. Existe siempre la cuestión de la recompensa y reconocimiento, y la del desagrado y castigo. Sed buenos y es probable que alcancéis el reino de los cielos; sed malos, y con seguridad, iréis al reino del infierno. En todas partes, hay esa inducción a la bondad. Como a los niños se nos dice que debemos ser buenos a fin de obtener algo. La misma filosofía se practica en nuestra vida diaria, en nuestra literatura, en nuestra actitud mental, en nuestras labores. La Sociedad en general exige que seamos buenos. Si no, los miembros de esa Sociedad nos amenazan y castigan.
Y, ahora, como la fresca brisa de la mañana, que sopla sobre la tierra cálida, viene una nueva Verdad, una nueva comprensión de la Vida, un nuevo propósito, un nuevo éxtasis que debéis hacer el bien por el bien mismo; no para que adquiráis algo, no para que se os agradezca, no para que se os recompense, sino porque es lo más noble que podéis hacer. Pensar noblemente, sentir noblemente, vivir noblemente, por su nobleza misma y 8U valor mismo, es la más grande verdad y el mas grande estímulo, si el estímulo es necesario, y la mas grande incitación, si la incitación es necesaria, y el más grande estimulante. Ello nos proporciona a cada uno de nosotros el acicate' el propósito, para hacer lo recto por su misma rectitud, no por un futuro que nos presenten, una futura inducción. Tenemos que hacer lo noble, por su nobleza misma, por su valor mismo, por su objeto mismo, y echar a un lado todas las demás cosas a fin de vivir felizmente.
Olvidad las sectas, las Sociedades, las Órdenes a que pertenecemos; olvidad todas esas cosas, a fin de llevar a cabo lo que deseamos, haciendo el deseo más y más noble, más y más perfecto: he ahí el reino de la Felicidad. A fin de alcanzar esta seguridad de propósito, esta magnificencia de propósito, este éxtasis de propósito, debemos tener la inseguridad de la cual nace la seguridad inmensa. Si buscamos, si hay esfuerzo, si hay anhelo, adquiriremos, obtendremos, y seremos maestros de la Verdad, y seremos dioses expatriados. Debemos probar nuestros actos, debemos probar nuestras creencias, debemos probar nuestras ideas y nuestros pensamientos desde este punto de vista y desde ningún otro. Debemos probar nuestros pensamientos, nuestras creencias, nuestros ideales, por su misma naturaleza, a la luz de esta Verdad, y no por otra cosa, no por un estimulante que nos anime, no por una incitación que nos induzca a cada uno de nosotros. Si nuestras creencias están basadas, están fundadas de tal manera que se hagan pedazos a la luz de la Verdad, cada uno de nosotros debe reparar la casa, trasladar la casa a un terreno más firme, abrir nuestros caminos con mucha más profundidad, de modo que estemos en condiciones de resistir, de modo que nuestras casas aguanten por si solas, contra todos los torrentes, contra todos los torbellinos del mundo.
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