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viernes, 29 de julio de 2011

JUSTICIA DE LAS AFLICCIONES



La compensación que Jesús promete a los afligidos de la Tierra, no puede tener
lugar sino en la vida futura; sin la seguridad del porvenir, esas máximas no tendrían sentido,
o serían, mejor dicho, un engaño. Aún con esta certeza difícilmente se comprende la
utilidad de sufrir para ser feliz. Se dice que se hace para tener más mérito; pero entonces se
pregunta uno: ¿Por qué los unos sufren más que los otros? ¡Por qué los unos nacen en la
miseria y los otros en la opulencia, sin haber hecho nada para justificar esta posición? ¿Por
qué a los unos nada les sale bien, mientras a los otros todo parece sonreírles? Pero lo que
aún se comprende menos es el ver los bienes y los males tan desigualmente distribuidos
entre el vicio y la virtud, y ver a los hombres virtuosos sufrir al lado de los malos que
prosperan. La fe en el porvenir puede consolar y hacer que se tenga paciencia; pero no
explica esas anomalías que parecen desmentir la justicia de Dios.
Sin embargo, desde que se admite a Dios no se le puede concebir sin que sea
infinito en perfecciones; debe ser todo poder, todo justicia, todo bondad, sin lo cual no
sería Dios. Si Dios es soberanamente bueno y justo, no puede obrar por capricho ni con
parcialidad. Las vicisitudes de la vida tienen, pues, una causa, y puesto que dios es justo,
esta causa debe ser justa. Todos deben penetrarse de esto. Dios ha puesto a los hombres en
el camino que conduce a esta causa por medio de la enseñanza de Jesús, y juzgándoles hoy
en buena disposición para comprenderla, se revela completa por medio del Espiritismo, es
decir, por la voz de los Espíritus.
Las vicisitudes de la vida son de dos clases, o si se quiere, tiene dos orígenes muy
diferentes que conviene distinguir: las una tienen la causa en la vida presente, y las otras
fuera de esta vida.
Remontándonos al origen de los males terrestres, se reconocerá que muchos son
las consecuencia natural del carácter y de la conducta de aquellos que los sufren.
¡Cuántos hombres caen por su propia falta! -¡Cuántos son víctimas de su
imprevisión, de su orgullo y de su ambición!
¡Cuántas personas arruinadas por la falta de orden, de perseverancia o por no
haber sabido limitar sus deseos!
¡Cuántas uniones infelices, porque solo son cálculo del interés o de la vanidad, y
en las que nada entra el corazón!
¡Cuántas disensiones y querellas funestas se hubieran podido evitar con más
moderación y menos susceptibilidad!

¡Cuántos males y enfermedades son consecuencia de la intemperancia y de los
excesos de todas clases!
¡Cuántos padres son desgraciados por sus hijos porque no combatieron las malas
tendencias de éstos en su principio! Por debilidad o indiferencia han dejado desarrollar en
ellos los gérmenes del orgullo, del egoísmo y de la torpe vanidad que secan el corazón, y
más tarde, recogiendo lo que sembraron, se admiran y se afligen de su falta de diferencia y
de su ingratitud.
Pregunten fríamente a conciencia a todos aquéllos que tienen herido el corazón
por las vicisitudes y desengaños de la vida; remóntense paso a paso al origen de los males
que les afligen, y verán como casi siempre podrán decirse: si yo hubiese o no hubiese hecho
tal cosa, no me encontraría en tal posición.
¿A quién debe, pues, culparse de todas estas aflicciones, sino a sí mismo? Así es
como el hombre, en gran número de casos, es hacedor de sus propios infortunios, pero en
vez de reconocerlo, encuentra más sencillo y menos humillante para su vanidad, acusar a la
suerte, a la Providencia, a la falta de oportunidades, a su mala estrella, siendo así que la mala
estrella es su incuria.
Los males de esta clase seguramente forman un contingente muy notable en las
vicisitudes de la vida; pero el hombre los evitará cuando trabaje para su mejoramiento
moral tanto como para su mejoramiento intelectual.
La ley humana alcanza a ciertas faltas y las castiga; el condenado puedes pues,
decir que sufre la consecuencia de lo que ha hecho; pero la ley no alcanza ni puede alcanzar
a todas las faltas; castiga más especialmente aquellas que causan perjuicio a la sociedad y no
aquellas que sólo dañan a los que las cometen. Sin embargo, Dios quiere el progreso de
todas las criaturas; por esto no deja impune ningún desvío del camino recto; no hay una
sola falta, por ligera que sea,, una sola infección a su ley, que no tenga consecuencias
forzosas e inevitables, más o menos desagradables; de donde se sigue que, tanto en las
cosas pequeñas como en las grandes, el hombre es siempre castigado por donde ha pecado.
Los sufrimientos, que son su consecuencia, le advierten e que ha obrado mal, le sirven de
experiencia, le hacen sentir la diferencia del bien y del mal y la necesidad de mejorarse para
evitar en lo sucesivo, lo que ha sido para él origen de pesares; sin esto no hubiera tenido
ningún motivo para corregirse; confiando en la impunidad, retardaría su adelanto, y por
consiguiente su felicidad futura.
Pero la experiencia viene un poco tarde, cuando la vida está gastada y turbada,
cuando las fuerzas están debilitadas y cuando el mal no tiene remedio. Entonces el hombre
se pone a decir: si al principio de la vida hubiese sabido lo que sé ahora, ¿Cuántos pasos
falsos hubiera evitado! ¡Si tuviera que recomenzar, me conduciría de muy distinto modo,
pero ya no ay tiempo! Así como el operario perezoso dice: he perdido mi día; él también
dice: he perdido mi vida; pero así como para el obrero el sol sale al día siguiente y empieza
un nuevo día que le permite reparar el tiempo perdido, también para él, después de la
noche de la tumba, resplandecerá el sol de una nueva vida en la que podrá valerle la
experiencia del pasado y sus buenas resoluciones para el porvenir.
Pero si bien hay males cuya primera causa es el hombre en esta vida, hay otras a
los que es extraño enteramente, al menos en apariencia, y que parecen herirle como por una
fatalidad. Tal es, por ejemplo, la pérdida de los seres queridos y de los que son el sostén de
la familia; tales son también los accidentes que ninguna previsión puede evitar; los reveses
de la fortuna que burlan todas las medidas de la prudencia; las plagas naturales, las
dolencias de nacimiento, particularmente aquellas que quitan al infeliz los medios de
ganarse la vida con su trabajo, las deformidades, el idiotismo, la imbecilidad, etc.
Los que nacen en semejante condiciones, seguramente no han hecho nada en esta
vida para merecer una suerte tan triste, sin compensación y que no podían evitar; que están
en la imposibilidad de cambiarla por sí mismo y que les deja a merced de la conmiseración pública. ¿Por qué pues, tantos seres infelices, mientras que a su lado, bajo un mismo techo,
en la misma familia, hay otros favorecidos en todos los conceptos?
¿Qué diremos, en fin, de esos que mueren en edad temprana y que no conocieron
de la vida más que el sufrimiento? Problemas que ninguna filosofía ha podido aún resolver,
anomalías que ninguna religión ha podido justificar y que serían la negación de la bondad,
de la justicia y de la providencia de Dios, en la hipótesis de que el alma es creada al mismo
tiempo que el cuerpo, y que su suerte está irrevocablemente fijada después de una estancia
de algunos instantes en la Tierra. ¿Qué han hecho esas almas que acaban de salir de las
manos del Creador para sufrir tantas miserias en este mundo, y para merecer en el porvenir
una recompensa o un castigo cualquiera, cuando no han podido hacer ni bien ni mal?
Sin Embargo, en virtud del axioma de que todo efecto tiene una causa, esas
miserias son efectos que deben tener una causa; y desde el momento en que admitamos un
Dios justo, esa causa debe ser justa, luego, precediendo siempre la causa al efecto, y puesto
que aquélla no está en la vida actual, debe ser anterior a esta vida, es decir, pertenecer a una
existencia precedente. Por otra parte, no pudiendo Dios castigar por el bien que se ha hecho ni por el mal que se ha hecho, si somos castigados, es que hemos hecho mal, si no lo
hemos hecho en esta vida, lo habremos hecho en otra. Esta es una alternativa de la que es
imposible evadirse, y en la que la lógica dice de qué parte está la justicia de Dios.
El hombre pues, no es castigado siempre o completamente castigado, en su
existencia presente; pero nunca se evade a las consecuencias de sus faltas. La prosperidad
del malo sólo es momentánea y si no se expía hoy, expiará mañana, mientras que el que
sufre, sufre por expiación de su pasado. La infelicidad que en un principio parece
inmerecida, tiene su razón de ser, y el que puede decir siempre: “Perdóname Señor, porque
he pecado”.
Los sufrimientos por causas anteriores, son, a menudo, como los de las faltas
actuales, consecuencia natural de la falta cometida; es decir, que por una justicia distributiva
y rigurosa, el hombre sufre lo que ha hecho sufrir a los otros; si ha sido duro e inhumano,
podrá a su vez ser tratado con dureza y con inhumanidad; si ha sido orgulloso, podrá nacer
en una condición humillante; si ha sido avaro y egoísta, o si ha hecho mal uso de su
fortuna, podrá carecer de lo necesario; si ha sido mal hijo, los suyos le harán sufrir, etc.
Así es como se explican, por la pluralidad de existencias y por el destino de la
Tierra como mundo expiatorio, las anomalías que presenta la repartición de la felicidad y la
infelicidad entre los buenos y los malos en la Tierra. Esta anomalía sólo existe en
apariencia, porque se toma su punto de vista desde la vida presente; pero si no se eleva con
el pensamiento de modo que pueda abrazar una serie de existencias, verá que a cada uno se
le ha dado la parte que merece, sin perjuicio de la que se le señala en el mundo de los
espíritus, y que la justicia de Dios jamás se interrumpe.

miércoles, 27 de julio de 2011

RESUMEN DE LA DOCTRINA DE SOCRATES Y PLATÓN (El Cristianismo y el Espiritismo enseñan esto mismo).



Sócrates, lo mismo que Cristo, no escribió o al menos no ha dejado ningún
escrito; lo mismo que El, murió como los criminales, víctima del fanatismo, por haber
atacado las creencias vulgares y por haber sobrepuesto la virtud real a la hipocresía y a
las formas externas; en una palabra, por haber combatido las preocupaciones religiosas.
Así como Jesús fué acusado por los fariseos de corromper al pueblo con sus enseñanzas,
también fué Sócrates acusado por los fariseos de su tiempo, pues, los ha habido en todas
épocas, de corromper a la juventud, proclamando el Dogma de la unidad de Dios, de la
inmortalidad del alma y de la vida futura. Del mismo modo que no conocemos la
doctrina de Jesús mas que por los escritos de sus discípulos, tampoco conocemos la de
Sócrates más que por los escritos de su discípulo Platón. Creemos de utilidad el resumir
aquí sus puntos más culminantes, para demostrar su concordancia con los principios del
Cristianismo.

A los que acaso viesen en este paralelo como una profanación y pretendieran que
no puede haber paridad entre la doctrina de un pagano y la de Cristo, contestaremos que
la de Sócartes no era pagana, puesto que tenía por objeto combatir el paganismo; que la
doctrina de Jesús, más completa y más depurada que la de Sócrates, no pierde nada en
la comparación; que la grandeza de la misión divina de Cristo no puede ser aminorada
por ello, y que, por otra parte, estos son hechos históricos que no pueden negarse, El
hombre ha llegado a la época en que la luz por sí misma sale de debajo del celemín y
está bien dispuesto para mirarla de frente: tanto peor para los que no se atreven a abrir
los ojos. Ha llegado el tiempo de mirar las cosas con libertad y de muy alto, y no desde
el punto de vista mezquino y reducido de los intereses de secta y de casta.
Por otra parte, estas citas probarán que si Sócrates y Platón presintieron la idea
cristiana, se encuentran igualmente en su doctrina los principios fundamentales del
Espiritismo.

RESUMEN DE LA DOCTRINA DE SOCRATES Y PLATÓN

I. El hombre es un alma encarnada. Antes de su encarnación existia unida a los tipos
primordiales, a las ideas de lo verdadero, del bien y de lo bello, de las que se separa encarnándose,
y recordando su pasado, está más o menos atormentada por el deseo de volver a él.


No puede enunciarse más claramente la distinción y la independencia del
principio inteligente y del principio material; además, es la doctrina de la preexistencia
del alma, de la vaga intuición que conserva de otro mundo al cual aspira de su
supervivencia al cuerpo, de su salida del mundo espiritual para encarnarse y de su vuelta
a este mundo después de la muerte; es, en fin, el germen de la doctrina de los ángeles
caídos.
II. El alma se desvía y se turba cuando se sirve del cuerpo para considerar algún objeto;
tiene vértigos como si estuviera ebria, porque se une a cosas que están por su naturaleza sujetas a cambios, en vez de que, cuando
contempla su propia esencia, se dirige hacia lo que es puro, eterno, inmortal, y siendo de la misma
naturaleza, permanece allí tanto tiempo como puede; entonces sus extravios cesan, porque está
unida a lo que es inmutable, y este estado del alma es lo que se llama sabiduría.
De este modo el hombre que considera las cosas de la tierra desde el punto de
vista material, se hace ilusiones; para apreciarlas con exactitud, es menester verlas desde
arriba, es decir, desde el punto de vista espiritual. El verdadero sabio debe, pues, aislar
hasta cierto punto, el alma del cuerpo, para ver con los ojos del espíritu. Esto es lo que
nos enseña el Espiritismo.

III. Mientras que tengamos nuestro cuerpo y el alma se encuentre sumergida en esta
corrupción, nunca poseeremos el objeto de nuestros deseos: la verdad.

En efecto, el cuerpo nos suscita mil obstáculos por la necesidad que tenemos de cuidarle; además, nos llena de deseos, de
apetito, de temores, de mil quimeras y de mil tonterías, de manera que con él es imposible ser
prudente ni un instante. Pero si es imposible conocer nada con pureza mientras el alma está unida
al cuerpo, es necesario que suceda una de estas dos cosas: o que nunca jamás se conozca la verdad
o que se conozca después de la muerte. Desembarazados de la locura del cuerpo, entonces
conversaremos, es de esperar, como hombres igualmente libres, y conoceremos por nosotros
mismos la esencia de las cosas. Por esto los verdaderos filósofos se preparan a morir, y la muerte
no les parece espantosa. ("Cielo e Infierno", 1ª parte, cap. II; 2ª parte, cap. I).
Este es el principio de las facultades del alma, obscurecidas por el intermediario
de los órganos corporales y de la expansión de sus facultades después de la muerte; pero
aquí se trata de las almas escogidas, ya purificadas, pues no sucede lo mismo con las
almas impuras.
IV. El alma impura, en este estado, es arrastrada e impelida de nuevo hacia el mundo
visible por el horror que tiene lo invisible e inmaterial: entonces está errante, se dice, alrededor de los monumentos y de los sepulcros, cerca de los cuales se han visto a veces tan tenebrosas, como deben ser las imágenes de las almas que han dejado el cuerpo sin estar enteramente purificadas, y que conservan algo de la
forma material, lo que hace que puedan verse. Estas no son las almas de los buenos, si la de los
malos, que están obligadas a permanecer errantes en estos parajes, adonde llevan consigo la pena
de su primera vida y en donde permanecen errantes hasta que los apetitos inherentes a la forma
material que ellas se han dado, las conducen a un cuerpo, y entonces vuelven, sin duda, a tomar las
mismas costumbres que durante su primera vida eran objeto de sus predilecciones.


No solamente se explica aquí el principio de la reencarnación con claridad, sino
que está descrito, del mismo modo que lo demuestra el Espiritismo en las evocaciones,
del estado de las almas que aun están bajo el irnperio de la materia. Hay más, y es que
dice que la reencarnación en un cuerpo material es consecuencia de la impureza del
alma, mientras que las almas purificadas están dispensadas de hacerlo. El Espiritismo no
dice otra cosa; añade solamente que el alma que ha tomado buenas resoluciones en el
estado errante, y que se halla en conocimientos adquiridos, tiene, al renacer, menos
defectos, más virtudes y más ideas intuitivas que no tenía en su precedente existencia; y
que de este modo, cada existencia implica para ella un progreso intelectual y moral.

V. Después de la muerte, el genio (Daimón, demonio) que nos ha sido destinado durante
nuestra vida, nos lleva a un paraje, en donde se reunen todos aquellos que deben ser conducidos a
las Hadas para ser juzgados. Las almas, después de haber permanecido en las Hadas el tiempo
necesario, vuelven a ser conducidas a esta vida "en numerosos y largos períodos.".


Esta es la doctrina de los ángeles guardianes y espíritus protectores, y de las
reencarnaciones sucesivas después de intervalos más o menos largos de erraticidad.

VI. Los demonios llenan el intervalo que separa el cielo de la tierra; son el lazo que une el
gran todo con el mismo. No entrando nunca la Divinidad en comunicación directa con el hombre,
por la mediación de los demonios es como los dioses se comunican y hablan con él, sea en estado de
vela o durante el sueño.


La palabra Daimón, de la que se ha formado demonio, no se tomaba en mal
sentido en la antigüedad, como entre los modernos; no se aplicaba exclusivamente a los
espíritus malhechores, sino a todos los espíritus en general, entre los cuales se
distinguían a los espíritus superiores, llamándoles dioses; y a los espíritus menos
elevados o demonios, propiamente dichos, que comunicaban directamente con los
hombres. El Espiritismo dice también que los espíritus pueblan el espacio; que Dios no
se comunica con los hombres sino por mediación de los espíritus puros, encargados de
transmitir su voluntad; y que los espíritus comunican con ellos durante la vela y durante
el sueño. Substituid la palabra demonio por espíritu, y tendréis la doctrina espiritista;
poned la palabra ángel, y tendréis la doctrina cristiana.

VII. La preocupación constante del filósofo (tal como la comprendía Sócrates y Platón),
es la de tener muchísimo cuidado con el alma, menos por esta vida, que sólo dura un instante, que
por la eternidad. Si el alma es inmortal, ¿no es acaso más prudente el vivir para alcanzar la
eternidad?


El Cristianismo y el Espiritismo enseñan esto mismo.

VIII. Si el alma es inmaterial, debe pasar después de esta vida a un mundo igualmente
invisible e inmaterial, del mismo modo que el cuerpo, cuando se descompone vuelve a la materia.
Sólo que conviene mucho distinguir bien el alma pura, verdaderamente inmaterial, que se
alimenta como Dios de la ciencia y de los pensamientos, del alma más o menos manchada de
impurezas materiales, que la impiden elevarse hacia lo divino y la retienen en los lugares de su
morada terrestre.

Sócrates y Platón, como se ve, comprendían perfectamente los diferentes grados
de desmateríalización del alma, e insisten sobre la diferencia de situación que resulta
para ella de su mayor o menor pureza. Lo que ellos decían por intuición, el Espiritismo
lo prueba con numerosos ejemplos que pone a nuestra vista.

IX. Si la muerte fuese la completa disolución del hombre, sería una ventaja para los
malos, después de su muerte, el quedar libres, al mismo tiempo, de sus cuerpos, de sus almas y de
sus vicios. Aquél que adornaba su alma no con una compostura extraña, sino con la que le es
propia, sólo aquél podrá esperar tranquilamente la hora de su partida para el otro mundo.


Esto es decir, en otros términos, que el materialismo que proclama la nada para
después de la muerte, sería la anulación de toda responsabilidad moral ulterior, y por
consiguiente, un excitante del mal; que el malo cree ganarlo todo con la nada; que sólo
el hombre que se ha despojado de sus vicios y se ha enriquecido de virtudes, puede
esperar tranquilamente el despertar a la otra vida. El Espiritismo nos enseña con los
ejemplos que pone todos los días a nuestra vista, cuán penoso es para el malo el tránsito
de una vida a otra y la entrada en la vida futura.

X. El cuerpo conserva los vestigios bien marcados de los cuidados que se han tenido por
él o de los accidentes que ha experimentado; lo mismo sucede con el alma; cuando se despoja del
cuerpo, lleva las señales evidentes que cada uno de los actos de su vida le han dejado. De este modo
la mayor desgracia que puede sucederle al hombre, es el irse al otro mundo con un alma cargada
de crimenes. Ya ves Callicles, que ni tú, ni Polus, ni Gorgias, podriais probar que debe seguirse
otra conducta que nos sea útil para cuando estemos allá. De tantas opiniones diversas, la única
inquebrantable es la de que "vale más recibir una injusticia que cometerla", y que ante todo debe
uno dedicarse, no a parecer hombre de bien, sino a serlo. (Conversaciones de Sócrates con sus
discípulos en la prisión).

Aquí se encuentra este punto capital, confirmado hoy por la experiencia, es a
saber; que el alma no purifícada, conserva las ideas, las tendencias, el carácter y las
pasiones que tenía en la tierra. La máxima: "Vale más recibir una injusticia que
cometerla", ¿no es enteramente cristiana? Es el mismo pensamiento que Jesús expresa
con esa figura: "Si alguno os hiere en una mejilla, presentadle la otra".

XI. Una de dos: o la muerte es una destrucción absoluta, ó es el tránsito del alma a otro
paraje. Si debe aniquilarse todo, la muerte será como una de esas noches raras que pasames sin
soñar y sin ninguna conciencia de nosotros mismos. Pero si la muerte sólo es un cambio de
morada, el tránsito a un lugar en que los muertos deben reunirse, ¡qué diera volver a encontrar a
los que hemos conocido! Mi mayor placer fuera poder examinar de cerca los habitantes de esa
morada y distinguir en ellos, como aquí, a los que son sabios, de aquellos que creen serlo, y no lo
son. Pero ya es hora de separarnos, yo para morir y vosotros para vivir. (Sócrates a sus Jueces).


Según Sócrates los hombres que han vivido en la tierra, se vuelven a encontrar
después de la muerte y se reconocen. El Espiritismo nos lo ofrece continuando las
relaciones que tuvieron de tal modo, que la muerte no es ni una interrupción, ni una
cesación de la vida, sino una transformación sin solución de continuidad.
Si Sócrates y Platón hubiesen conocido las enseñanzas que Cristo dió 500 años
después, y las que dan ahora los espíritus, hubieran dicho lo mismo. No debe
sorprendernos esto si consideramos que las grandes verdades son eternas, que los
espíritus adelantados debieron conocerlas antes de venir a tierra, a donde los trajeron;
que Sócrates, Platón y los grandes filósofos de su tiempo, pudieron ser más tarde del
número de aquellos que sécundaron a Cristo en su divina misión, siendo elegidos
precisamente porque estaban más que los otros en disposición de comprender sus sublimes
enseñanzas, y que, finalmente, pueden hoy formar
parte del número de los espíritus encargados de venir a enseñar a los hombres las
mismas verdades.

XII. "Nunca debe volverse injusticia por injusticia, ni hacer mal a nadie por daño que
nos haya hecho". Pocas personas, sin embargo, admitirán este principio y las gentes que sobre este
punto están divididas, se desprecian las unas a las otras.


¿Acaso no es este el principio de caridad que nos enseña no volver mal por mal y
perdonar a nuestros enemigos?

XIII. "Por el fruto se conoce el árbol". Es preciso calificar cada acción según el fruto que
resulta de ella; llamarla mala, cuando de ella proviene el mal, y buena, cuando de ella nace el
bien.
Esta máxima : "Por el fruto se conoce el árbol", se halla repetida textualmente en
muchos parajes del Evangelio.

XIV. La riqueza es un gran peligro. Todo aquel que ama la riqueza, no se ama a sí
mismo ni a lo que está en él, sino a una cosa que le es más extraña que lo que está en él. 


XV. Las más hermosas oraciones y los más bellos sacrifícios, agradan menos a la
Divinidad que una alma virtuosa que se esfuerza en parecérsele. Sería muy grave que los dioses
aceptasen más bien nuestras ofrendas que nuestras almas: por este medio, las más culpables
podrían hacérselos propicios. Pero sólo son verdaderamente justos y prudentes aquellos que por
sus palabras y por sus actos cumplen con lo que deben a los dioses y a los hombres.

XVI. Yo llamo hombre vicioso a este amante vulgar que prefiere el cuerpo al alma. El
amor está en todas partes: en la naturaleza, invitándonos a ejercer nuestra inteligencia; hasta se
encuentra en el movimiento de los astros. El amor es el que adorna a la naturaleza con sus ricos
tapices y pasa y fija su mirada en donde encuentra flores y perfumes; también es el que da paz a
los hombres, calma al mar, silencio a los vientos y tregua al dolor.

El amor que debe unir a los hombres como un lazo fraternal, es una
consecuencia de esta teoría de Platón sobre el amor universal como ley de la naturaleza.
Habiendo dicho Sócrates que "el amor no es un Dios, ni un mortal, sino un gran
demonio", es decir, un gran espíritu que preside el amor universal, esta palabra, sobre
todo, fué la que se le imputó como un crimen.

XVII. La virtud no puede enseñarse; viene como un don de Dios a los que la poseen.
Con poca diferencia es la doctrina cristiana sobre la gracia; pero si la virtud es un
don de Dios, es un favor y puede preguntarse por qué no se concede a todos; por otra
parte, si es un don, no tiene mérito para el que la posee.

El Espiritismo es más explícito;
dice que el que posee la virtud, la ha adquirido por sus esfuerzos en sus existencias
sucesivas, despojándose poco a poco de sus imperfecciones. La gracia es la fuerza con
que Dios favorece a todo hombre de buena voluntad para despojarse del mal y hacer el
bien.

XVIII. Hay una disposición naturai en cada uno de nosotros, y es que nos apercibimos
menos de nuestros defectos que de los ajenos.
El Evangelio dice: "Veis la paja en el ojo de vuestro vecino y no veis la viga en
el vuestro".


XIX. Si los médicos fracasan en la mayor parte de las enfermedades, "es porque tratan
al cuerpo sin el alma", y no estando el todo en buena disposición, es imposible que la parte esté
buena.


El Espiritismo da la clave de las relaciones que hay entre el alma y el cuerpo, y
prueba que existe una reacción continua entre una y otro; de este modo abre un camino
nuevo a la ciencia, enseñándole la verdadera causa de ciertas afecciones y
proporcionándole los modios de combatirlas. Cuando la ciencia conozca mejor
la acción del elemento espiritual sobre la economía, fracasará con menos frecuencia.

XX. Todos los hombres a contar desde la infancia, hacen mucho más mal que bien.


Estas palabras de Sócrates tocan la grave cuestión del predominio del mal en la
tierra, cuestión irresoluble sin el conocimiento de la pluralidad de mundos y del destino
de la tierra, en la que sólo habita una fracción muy pequeña de la humanidad.

XXI. La verdadera sabiduría está en no creer saber lo que no se sabe.


Esto se dirige a las gentes que critican aquello de que a menudo no saben ni una
palabra. Platón completa este pensamiento de Sócrates diciendo: "Procuremos antes, si
es posible, hacerles más circunspectos en palabras; sino, no nos ocupemos de ellos y no
busquemos sino la verdad. Procuremos instruirnos, pero no injuriemos". Así es como
deben obrar los espiritistas con respecto a sus contradictores de buena o de mala fe. Si
Platón viviese hoy, encontraría las cosas poco más o menos como en su tiempo y podría
usar el mismo lenguaje. Sócrates encontraría también quien se burlase de su creencia en
los espíritus y le tratase de loco, lo mismo que a su discípulo Platón.
A causa de haber profesado Sócrates estos principios, cayó en el ridículo
primero, después fué acusado de impío y condenado a beber la cicuta; tan cierto es que
las grandes verdades nuevas, sublevando contra ellas los intereses y las preocupaciones
que destruyen, no puede establecerse sin lucha y sin hacer mártires.




sábado, 23 de julio de 2011

EL ESPÍRITU DE LA DEMOCRACIA


La verdad perdurará por sí misma, todo el resto será barrido por el correr del tiempo.
*
El espíritu de la democracia no es una cosa mecánica que se obtiene mediante aboliciones formales. Es algo que exige un cambio en el corazón... Mientras uno se empeñe en conservar su espada, no ha conquistado en absoluto su intrepidez.
*
Resulta imposible que un individuo robe y simultáneamente pretenda conocer la verdad o alimentar el amor. Sin embargo, cada uno de nosotros, consciente o in­conscientemente, es más o menos culpa­ble de robo.
*
Para ser eficaz, la no violencia demanda la intrepidez y el respeto a la verdad. Es así: no es posible temer ni intimidar al que se ama. De todos los dones que nos fueron concedidos, sin duda alguna la vida es el más precioso.
*
Un hombre de fe permanecerá aferrado a la verdad, aunque el mundo entero luz­ca absorbido por la falsedad.
*
Todo en el universo -incluidos el sol, la luna y las estrellas- obedecen a determi­nadas leyes. Sin la influencia restrictiva de tales leyes, el mundo no perduraría un so­lo instante. Ustedes, que tienen la misión de servir a sus semejantes, se verán muy confundidos si no se imponen algún tipo de disciplina. Y no olviden que la plegaria es una disciplina espiritual necesaria. La disciplina y las restricciones autoimpues­tas son lo que nos diferencia de las bestias.
Puedo ser una persona despreciable, pe­ro cuando la verdad habla a través de mí, me vuelvo invencible... No poseo otra for­taleza que la que emana de la insistencia en la verdad. La no violencia surge de la misma insistencia.

Recordar que somos almas,


Somos inmortales y que existimos siempre en un vasto mar de energía es la clave para llegar a la alegría y a la felicidad.
En ese mar energético, toda una serie de espíritus que están para ayudarnos nos conducen por el sendero de nuestro destino, nuestro viaje evolutivo hacia la conciencia de Dios.
No competimos con ninguna otra alma: nosotros tenemos nuestro sendero y ellos el suyo.
No se trata de una carrera, sino de un viaje que emprendemos juntos hacia la luz de la conciencia.
Las almas que han progresado o evolucionado más tienden una mano con amor y compasión a las que se han quedado atrás.
La última alma que completa su trayecto no vale menos que la primera.
Todo es crecimiento y aprendizaje, un crecimiento continúo.
El cuerpo no es más que un vehículo que utilizamos mientras estamos aquí.
Lo que perdura eternamente es el alma y el espíritu.
Nuestras almas existen en una corriente de amor energético.
Nunca nos separamos realmente de nuestros seres queridos, aunque nos sintamos alejados y faltos de amor.
Olvídate del pasado. Ya no volverá.
Aprende de él y déjalo en paz.
La gente madura y cambia constantemente.
No te aferres a una imagen ilimitada,
desconectada y negativa de
 una persona en el pasado.
Mírala como es ahora.
Tu relación con los demás esta siempre viva, siempre en continuo cambio.

Espiritismo y espiritualidad




La mayoría de las personas, viviendo la vida
atribulada de hoy, no está interesada en
los problemas fundamentales de la existencia.
Primero se preocupa por sus negocios,
por sus placeres, por sus problemas particulares.
Piensa que cuestiones como la «existencia de
Dios» y «la inmortalidad del alma» les corresponde
a los sacerdotes, a los ministros religiosos, a los
filósofos y a los teólogos.
Cuando todo anda bien en sus vidas, no se
acuerda de Dios, y cuando se acuerda, es apenas
para hacer una oración o ir a la iglesia, como
si tales actitudes fuesen simples obligaciones que
todos deben desembarazarse de una forma u
otra. La religión pasa a ser una mera formalidad
social, algo que las personas deben tener y nada
más; a lo mucho, les sirve para descargar la conciencia,
para estar bien con Dios. Tanto así, que
muchos ni siquiera alimentan una firme convicción
en aquello que profesan, albergando serias
dudas respecto de Dios y de la continuidad de
la vida después de la muerte. Pero cuando tales
personas son sorprendidas por un gran problema,
una desastrosa caída financiera, la pérdida
de un ser querido, una enfermedad incurable (hechos
que suceden en la vida de todos) no encuentran
en sí mismas la fe necesaria, ni la comprensión
para enfrentar el problema con coraje
y resignación, cayendo invariablemente, en la desesperación.
El conocimiento espírita nos abre una visión
amplia y racional de la vida, explicándola de una
manera convincente y permitiéndonos iniciar una
transformación íntima, aproximándonos a Dios.

El porvenir y la nada. El Cielo y el Infierno o la Justicia Divina según el Espiritismo - Allan Kardec



Vivimos, pensamos, obramos, he aquí lo positivo: moriremos, esto no es menos cierto.
Pero dejando la Tierra, ¿a dónde vamos? ¿Qué es de nosotros? ¿Estaremos mejor o peor? ¿Seremos
o no seremos? Ser o no ser: tal es la alternativa, es para siempre o para nunca jamás, es todo o nada,
viviremos eternamente o todo se habrá concluido para siempre. Bien merece la pena pensar en ello.
Todo hombre siente el deseo de vivir, de gozar, de querer, de ser feliz. Decid a uno que sepa
que va a morir que vivirá todavía, que su hora no ha llegado, decidle sobre todo que será más feliz
de lo que ha sido, y su corazón palpitará de alegría. ¿Pero por qué estas aspiraciones de dicha, si un
soplo puede desvanecerlas?
¿Acaso existe algo más aflictivo que el pensamiento de la absoluta destrucción? Puros
afectos, inteligencia, progreso, saber laboriosamente adquirido, todo esto sería perdido, aniquilado.
¿Qué necesidad habría de esforzarse en ser mejor, reprimirse para refrenar sus pasiones, fatigarse en
adornar su inteligencia, si no debe uno recoger de todo fruto alguno, sobre todo con el pensamiento
de que mañana quizá no nos sirva ya para nada? Si así sucediese, el destino del hombre sería cien
veces peor que el del bruto, porque el bruto vive enteramente para el presente, para satisfacción de
sus apetitos materiales, sin aspiración al porvenir. Una intuición íntima afirma que esto no es
posible.
2. Con la creencia en la nada, el hombre concentra forzosamente todos sus pensamientos
sobre la vida presente, y no es posible, en efecto, preocuparse lógicamente de un porvenir en el cual
no se cree. Esa preocupación exclusiva del presente que conduce naturalmente a pensar en sí mismo
ante todo es, pues, el más poderoso estimulante del egoísmo, y el incrédulo es consecuente consigo
mismo cuando deduce esta conclusión: “Gocemos mientras estamos aquí, gocemos lo más posible,
puesto que con nosotros todo concluye. Gocemos aprisa, porque ignoramos cuánto durará esto.” Y
este otro argumento, mucho más grave para la sociedad: “Gocemos a pesar de todo, cada uno para
sí. La dicha aquí es del más listo.”
Si el respeto humano detiene a algunos, ¿qué freno tendrán aquellos que nada temen? Dicen
que la justicia humana sólo alcanza a los torpes, por esto discurren cuanto pueden para eludirla. Si
hay una doctrina malsana y antisocial, seguramente es la del nihilismo, porque rompe los
verdaderos lazos de la solidaridad y de la fraternidad, fundamentos de las relaciones sociales.
3. Supongamos que, por una circunstancia cualquiera, todo un pueblo adquiere la certeza de
que dentro de ocho días, de un mes, de un año si se quiere, habrá desaparecido, que ni un solo
individuo sobrevivirá, y que no quedará ni huella del mismo después de la muerte. ¿Qué hará
durante este tiempo? ¿Trabajará para su mejoramiento e instrucción? ¿Se sujetará al trabajo para
vivir? ¿Respetará los derechos, lo intereses y la vida de sus semejantes? ¿Se someterá a las leyes, a
una autoridad, cualquiera que sea, incluso la más legítima: la autoridad paternal? ¿Se obligará a
algún deber? Seguramente que no. Pues bien, lo que no sucede en masa, la doctrina del nihilismo lo
realiza cada día aisladamente.
Si las consecuencias no son tan desastrosas como lo pudieran ser, es primeramente porque la
mayor parte de los incrédulos tienen más fanfarronería que verdadera incredulidad, más duda que
convicción, porque tienen miedo del que manifiesta al anonadamiento. El título de espíritu fuerte,
lisonjea su amor propio. Además, los incrédulos absolutos están en ínfima minoría, sufren, a pesar
suyo, el ascendiente de la opinión contraria, y son contenidos por una fuerza material. Pero si la
incredulidad absoluta fuese un día la opinión de la mayoría, la sociedad quedaría disuelta. A esto
tiende la propaganda de la idea del nihilismo.


 Un joven de dieciocho años padecía de una enfermedad de corazón declarada incurable. La ciencia




había dicho: puede morir tanto dentro de ocho días, como dentro de dos años, pero no pasará de ahí. Lo supo el
joven, y al momento abandonó los estudios y se entregó a todos los excesos. Cuando se le decía lo peligroso que
era en su situación esa vida desordenada, contestaba: “¡Qué me importa, puesto que sólo he de vivir dos años!
¿A qué cansar mi imaginación? Yo disfruto de lo que me resta y quiero divertirme hasta el fin.”
He aquí la consecuencia lógica del nihilismo. Si este joven hubiese sido espiritista, habría sostenido: “La
muerte sólo destruirá mi cuerpo, que dejaré como un vestido viejo, pero mi espíritu vivirá siempre. Yo seré en la
vida futura lo que habré procurado ser en ésta. Nada de cuanto pueda adquirir en cualidades morales e
intelectuales será perdido, y redundará en provecho de mi adelanto. Todos los defectos de que me despoje son un
paso más hacia la felicidad. Mi dicha o mi desgracia venideras dependen de la utilidad o inutilidad de mi
existencia presente. Me interesa mucho aprovechar el poco tiempo que me queda, y evitar cuanto pueda
debilitar mis fuerzas.”


De estas dos doctrinas, ¿cuál es la preferible?
Cualesquiera que sean las consecuencias, si el nihilismo fuese una verdad habría que
aceptarlo. Y no serían ni sistemas contrarios, ni el temor del mal que resultaría, los que podrían
impedir que lo fuese. No hay, pues, que hacerse ilusiones. El escepticismo, la duda, la indiferencia,
aumentan cada día, a pesar de los esfuerzos de la religión. Si la religión es impotente contra la
incredulidad es porque le falta algo para combatirla, de manera que si permaneciese inactiva en un
tiempo dado, sería infaliblemente vencida. Lo que le falta en este siglo de positivismo, en el que se
quiere comprender antes que creer, es la sanción de esas doctrinas por hechos positivos, así como la
concordancia de ciertas doctrinas con los datos positivos de la ciencia. Si ésta dice blanco y los
hechos dicen negro, hay que optar entre la evidencia o la fe ciega.
4. En tal situación, el Espiritismo viene a oponer un dique a la invasión de la incredulidad,
no sólo con el raciocinio, no sólo con la perspectiva de los peligros que trae consigo, sino más bien
con hechos materiales, haciendo palpables al tacto y a la vista el alma y la vida futura.
Cada uno es libre, sin duda alguna, en su creencia, de creer algo o de no creer nada. Pero
aquellos que quieren hacer prevalecer en la mente de las masas, de la juventud sobre todo, la
negación del porvenir apoyándose en la autoridad de su saber y del ascendiente de su posición,
siembran en la sociedad gérmenes de turbación y de disolución, y contraen una grave
responsabilidad.
5. Hay otra doctrina que asegura no ser materialista, porque admite la existencia de un
principio inteligente fuera de la materia: es la de la absorción en el todo universal. Según esta
doctrina, cada individuo se apropia desde su nacimiento una partícula de este principio, que
constituye su alma, y le da la vida, la inteligencia y el sentimiento. A la muerte, ese alma
vuelve al centro común y se pierde en el infinito, como una gota de agua en el océano.
Esta doctrina, sin duda alguna, es preferible al materialismo puro, puesto que admite algo, y
el otro no admite nada. Pero las consecuencias son exactamente las mismas. Que el hombre sea
sumido en la nada o en un depósito común, es igual para él. Si en el primer caso está destruido, en
el segundo pierde su individualidad, esto es, como si no existiera. Las relaciones sociales quedan
destruidas, lo esencial para él es la conservación de su yo. Sin esto, ¿qué importa ser o no ser? El
porvenir para él es siempre nulo, y la vida presente es lo único que le preocupa e interesa. Desde el
punto de vista de sus consecuencias morales, esta doctrina es tan malsana, tan desconsoladora, tan
excitante del egoísmo como el materialismo puro.
6. Se puede, además, formular la objeción siguiente contra esa doctrina: todas las gotas de
agua procedentes del océano se asemejan y tienen propiedades idénticas, como las partes de un
mismo todo. ¿Por qué las almas, si proceden de ese gran océano de la inteligencia universal, se
asemejan tan poco? ¿Por qué el genio al lado de la estupidez? ¿Las virtudes más sublimes al lado de
los vicios más vergonzosos? ¿La bondad, la dulzura, la mansedumbre, al lado de la maldad, de la
crueldad y la barbarie? ¿Cómo difieren tanto unas de otras partes de un todo homogéneo? Se dirá.
Acaso, que es la educación la que las modifica. Pero entonces, ¿de dónde proceden las cualidades
innatas, las inteligencias precoces, los instintos buenos y malos, independientes de toda educación y
muy a menudo poco en armonía con los ámbitos en que se desarrollan?
La educación, sin duda alguna, modifica las cualidades intelectuales y morales del alma.
Pero aquí surge otra dificultad. ¿Quién da al alma la educación para hacerla progresar? Otras almas
que, siendo de un mismo origen, no deben estar más adelantadas. Por otra parte, el alma, volviendo
al Todo Universal de donde salió, después de haber progresado durante la vida, lleva allí un
elemento más perfecto, de lo que se deduce que ese todo, con el tiempo, debe encontrarse
profundamente modificado y mejorado. ¿Cuál es la causa de que incesantemente salgan almas
ignorantes y perversas?
7. En esa doctrina, el manantial universal de inteligencia que provea las almas humanas es
independiente de Dios. No es precisamente el panteísmo. El panteísmo, propiamente dicho, difiere
porque considera el principio universal de vida y el de inteligencia como constituyendo la
Divinidad. Dios es a la vez espíritu y materia. Todos los seres, todos los cuerpos de la Naturaleza
componen la Divinidad, de la que son moléculas y elementos constitutivos. Dios es el conjunto de
todas las inteligencias reunidas. Cada individuo, siendo una parte del todo, es Dios mismo, ningún
ser superior e independiente manda al conjunto. El Universo es una inmensa república sin jefe o,
más bien, en ella cada uno es jefe con un poder absoluto.
8.A este sistema se pueden oponer numerosas objeciones, de las cuales las principales son:
No pudiéndose comprender la Divinidad sin perfecciones infinitas, uno se pregunta: ¿Cómo un todo
perfecto puede componerse de partes tan imperfectas y que tienen necesidad de progresar? Estando
cada parte sometida a la ley del progreso, resulta que el mismo Dios debe progresar. Si progresa sin
cesar, debió ser en el principio muy imperfecto. ¿Cómo un ser imperfecto, compuesto de voluntades
e ideas tan divergentes, pudo concebir leyes tan armoniosas de tan admirable unidad, sabiduría y
previsión como las que rigen el Universo? Si todas las almas son porciones de la Divinidad, todas
han contribuido a formar las leyes de la Naturaleza. ¿A qué se debe que estén murmurando sin cesar
contra esas leyes que ellas hicieron? Una teoría no puede ser aceptada como verdadera más que
con la condición de satisfacer la razón y dar cuenta de todos los hechos que abraza. Si solamente
un hecho viene a desmentirla, es porque no está en lo verdadero en absoluto.
9. Desde el punto de vista moral, las consecuencias son también ilógicas. Por de pronto es
para las almas, como en el sistema precedente, la absorción en un todo y la pérdida de la
individualidad. Si se admite, según la opinión de algunos panteístas, que conservan su
individualidad, Dios no tiene ya una voluntad única, es un compuesto de millones de voluntades
divergentes. Siendo, pues, cada alma parte integrante de la Divinidad, ninguna es dominada por
una potencia superior. No asume, por consiguiente, ninguna responsabilidad por sus actos buenos o
malos, ni tiene interés alguno en hacer el bien, y puede hacer el mal impunemente, puesto que es
señora soberana.
10. Además de que estos sistemas no satisfacen ni a la razón ni a las aspiraciones del
hombre, se tropieza, como vemos, con dificultades insuperables, porque no pueden resolver todas
las dudas que de hecho suscitan. El hombre tiene, pues, tres alternativas: la nada, la absorción, o
la individualidad del alma antes y después de la muerte. La lógica nos conduce inevitablemente a
esta última creencia. Es también la que ha sido el fundamento de todas las religiones desde que el
mundo existe.
Si la lógica nos conduce a la individualidad del alma, nos trae también esta otra
consecuencia: que la suerte de cada alma debe depender de sus cualidades personales, porque sería
irracional admitir que el alma rezagada del salvaje y la del hombre perverso estuviesen al nivel de
las del sabio y del hombre de bien. Según la justicia, las almas deben tener la responsabilidad de sus
actos. Pero para que sean responsables, es menester que sean libres de escoger entre el bien y el
mal. Sin el libre albedrío hay fatalidad, y con la fatalidad no cabe la responsabilidad.


11. Todas las religiones han admitido igualmente el principio de la suerte feliz o desgraciada
de las almas después de la muerte, es decir, de las penas y de los goces futuros que se resumen en la
doctrina del cielo y del infierno, que se encuentra en todas partes. Pero en lo que difieren
esencialmente es en la naturaleza de esas penas y de esos goces y, sobre todo, en las circunstancias
que pueden merecer las unas y los otros. De aquí puntos de fe contradictorios que han hecho surgir
diferentes cultos, y los deberes particulares impuestos por cada uno de ellos para adorar a Dios, y
por este medio ganar el cielo y evitar el infierno.
12. Todas las religiones han debido, en su origen, estar en proporción o relación con el
grado de adelanto moral e intelectual de los hombres. Éstos, todavía demasiado materiales para
comprender el mérito de las cuestiones puramente espirituales, han hecho consistir la mayor parte
de los deberes religiosos en el cumplimiento de formas exteriores. Durante cierto tiempo, esas
formas bastaron a su razón. Más tarde, haciéndose la luz en su inteligencia, sienten el vacío que
dejan las formas tras de sí, y si la religión no llena este vacío, la abandonan y se vuelven filósofos.
13. Si la religión, apropiada en un principio a los conocimientos limitados de los hombres,
hubiese seguido siempre el movimiento progresivo del espíritu humano, no habría incrédulos,
porque está en la del hombre la necesidad de creer, y creerá si se le da un alimento espiritual en
armonía con sus necesidades intelectuales.
El hombre quiere saber de dónde viene y a dónde va. Si se le señala un fin que no
corresponda ni a sus aspiraciones ni a la idea que se forma de Dios, ni a los datos positivos que le
suministre la ciencia; si además se le imponen para alcanzarlo condiciones cuya utilidad no admite
su razón, todo lo rechaza. El materialismo y el panteísmo le parecen aún más racionales, porque en
ellos se discute y se raciocina. Es un raciocinio falso, es verdad, pero prefiere razonar en falso a
dejar de razonar. Pero que se le presente un porvenir con condiciones lógicas, digno en todo de la
grandeza, de la justicia y de la infinita bondad de Dios, y abandonará el materialismo y el
panteísmo, cuyo vacío siente en su fuero interno, y que admitió únicamente por no saber nada
mejor.
El Espiritismo da algo mejor, y por eso es acogido tan fervorosamente por todos aquellos a
quienes atormenta la punzante incertidumbre de la duda, y que no encuentran ni en las creencias ni
en las filosofías vulgares lo que buscan. Tiene a su favor la lógica del raciocinio y la sanción de los
hechos, y por esto se le ha combatido inútilmente.
14. El hombre tiene instintivamente la creencia en el porvenir. Pero no teniendo hasta hoy
ninguna base cierta para definirlo, su imaginación ha forjado sistemas que han traído la diversidad
de creencias. No siendo la doctrina espiritista sobre el porvenir una obra de imaginación más o
menos ingeniosamente expresada, y sí el resultado de la observación de hechos materiales que se
desarrollan hoy a nuestra vista, reunirá, como lo hace ya actualmente, las opiniones divergentes o
flotantes, y traerá poco a poco y por la fuerza natural de las cosas la unidad de creencias sobre este
punto, creencia que no tendrá por base una hipótesis, sino una certeza. La unificación hecha en lo
relativo a la suerte de las almas será el primer punto de contacto entre los diferentes cultos, un
paso inmenso hacia la tolerancia religiosa primero, y más tarde hacia la fusión.

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